Las Jornadas Medievales Seguntinas son la recreación festiva de nuestro pasado. De los acontecimientos que, a mediados del siglo XIV, se vivieron en nuestro Alcázar episcopal donde la joven princesa, doña Blanca de Borbón, hija del Duque de Borbón y sobrina del rey de Francia, vivió confinada durante cuatro años tras ser repudiada por el rey D. Pedro I de Castilla y León al tercer día de su boda en Valladolid.
Para comprender en breves pinceladas los hechos y las desgracias de tan infortunada princesa, hemos de considerar el momento histórico como un tablero de un gigantesco ajedrez en el que jugaron los principales personajes de la época.


Por parte de Castilla: La sombra de un rey, Alfonso XI, padre de D. Pedro, uno de los principales protagonistas de esta historia, que murió a los 38 años de peste luchando contra los musulmanes frente a Gibraltar, y que dejó en manos de su valido Juan Alonso de Alburquerque a su heredero de 15 años. Un joven varonil y fogoso, rodeado de nueve hermanastros bastardos. Y también en manos de una reina madre, Doña María de Portugal, colmada de odio hacia la amante de su extinto marido, Doña Leonor de Guzmán.
Y, además, al albur de una nobleza que, movida por sus ambiciones, se subleva en Toro, tras el repudio del rey al tercer día de su matrimonio de Doña Blanca de Borbón; y del Cardenal de Toledo, D. Pedro Gómez Barroso y de nuestro obispo seguntino, su sobrino, también llamado Pedro Gómez Barroso, que será el gran perdedor en esta batalla de ajedrez. Y de todos sus hermanastros, los Trastámara, los hijos de Alfonso XI y Doña Leonor de Guzmán, mayores que D. Pedro y curtidos guerreros.


Por parte de Aragón: Un rey, Pedro IV, El Ceremonioso o El de Puñalet, por el puñal que siempre portaba, primo de D. Pedro, que luchará contra Castilla en defensa de su reino y se aliará con los bastardos.


Por parte de Inglaterra: El rey Eduardo III, enojado por la opción de enlace de D. Pedro con la princesa francesa, cuando hacía 14 años que se había concertado su matrimonio de Pedro I con la princesa inglesa Doña Juana, que había muerto en la espera.


Por parte de Francia: Un rey, Juan II El Bueno, que no cumple con su compromiso de dotar a su sobrina con los 300.000 florines de oro prometidos a Pedro I, por sus grandes gastos en la Guerra de los Cien Años contra Inglaterra. Y que más tarde no cumple como caballero en la defensa de Doña Blanca, convertida en juguete de los intereses políticos y de las ambiciones de todos los personajes de esta historia.

El hermano de Doña Blanca, D. Juan, tercer Duque de Borbón, que no pudo ayudar a su hermana todo lo que hubiera querido, pues, tras la muerte de su padre en Poitiers, estuvo prisionero en Inglaterra y más tarde debió dedicarse a recuperar su herencia al volver a Francia.

Y Beltrán Duguesclin, un caballero francés, que vino a Castilla al mando de las Compañías Blancas de mercenarios, y que ayudó a D. Enrique de Trastámara a dar muerte en Montiel a su hermanastro, el rey D. Pedro, exclamando la conocida frase: «ni quito ni pongo rey; sólo ayudo a mi Señor».

Por parte de El Vaticano: Dos Papas, Clemente VI, en cuyo papado la corte de
Aviñón alcanzó su máximo esplendor, pero que también vivió en su época la famosa Peste Negra, quien fuera el gestor del casamiento de D. Pedro I con Doña Blanca; e Inocencio VI quien, compadecido por la triste suerte de la reina, la consuela, pide apoyos para ella a toda la nobleza y mantienen una correspondencia casi permanente con la joven reina de Castilla.

Y los dos grandes personajes: D. Pedro I de Castilla y León y Doña Blanca de
Borbón.

D. Pedro, El Cruel o El Justiciero, según quien lo juzgue, el joven libertino e impetuoso rey de Castilla y León, que, desoyendo los consejos de su valido, el noble portugués D. Juan Alfonso de Alburquerque, al tiempo que la joven princesa llega a Valladolid, celebra en Córdoba con grandes fiestas el nacimiento de Beatriz, la primera hija que tuvo con su amante Doña María de Padilla, que le dará -como le pasó a su padre- una amplia descendencia.
D. Pedro, que había concertado su boda con el rey de Francia con el ánimo de afrontar los gastos cuantiosos de la lucha dinástica contra sus hermanastros, esperó inútilmente el primer pago de la dote de Doña Blanca. Y en los meses que tardó su futura esposa en llegar a Valladolid, encontró solaz con la Padilla.

Doña Blanca era al casarse una joven de 18 años, como D. Pedro, que había sido elegida entre sus hermanas por los embajadores de la corte castellana, y que inició su viaje desde París a Valladolid acompañada de su madre, Isabel de Valois, de una pequeña corte y un voluminoso equipaje nupcial; y que fue perdiendo meses visitando a parientes y a la corte papal de Aviñón, para recibir consejos y dar tiempo a que su tío, el rey de Francia, cumpliera con el pago de su dote. Hecho que no ocurrió.

La boda, sin embargo, se celebró en Valladolid el 3 de junio de 1353, pero al tercer día Doña Blanca fue repudiada, siendo la causa principal de tal drástica decisión por parte de D. Pedro la falta del pago del primer plazo de la dote prometida. Tras abandonarla, el rey volvió con Doña María.

Un año más tarde, la amante del rey pidió al nuevo Papa, Inocencio VI, permiso para construir un monasterio de Clarisas en la que fue casa solariega de Astudillo en Palencia para retirarse a hacer penitencia. Mientras tanto, el rey D. Pedro se casó con Doña Juana de Castro, motivo suficiente para ser excomulgado en Toledo por el Delegado papal.

Doña María de Portugal y su nuera Doña Blanca, una vez que esta fue repudiada, fueron a refugiarse al convento de Santa Clara en Tordesillas, pasando luego Doña Blanca a vivir en Medina del Campo con su tía la reina viuda de Aragón, Doña Leonor de Castilla.

Ante esta situación, se sublevan contra D. Pedro los nobles castellanos reunidos en Toro, tomando a Doña Blanca como bandera, a su misma madre, Doña María de Portugal, y a Doña Leonor de Castilla. El rey D. Pedro destierra entonces a doña Blanca al castillo de Arévalo, pero al pasar por Toledo, antes de entrar en el Alcázar, la reina pidió a su custodio, D. Juan Fernández de Henestrosa, que la dejase orar en la catedral.
Allí solicitó el amparo preciso, logrando que los toledanos se levanten contra el rey.

D. Pedro asalta la ciudad y envía a Doña Blanca a Sigüenza. Encerrando al obispo seguntino en el castillo de Aguilar de Campoo, hasta que, por mediación del Papa, a cambio de levantar la excomunión, pueda expatriarse a Francia, junto al Cardenal toledano D. Gil de Albornoz, refugiándose juntos en la corte papal de Aviñón.

Estas son las circunstancias por las que desde 1355 hasta 1359 nuestra «joven e rubia e cristiana» princesa, como la describe el cronista Pedro de Ayala, vivió confinada, que no prisionera, en el palacio del depuesto obispo de Sigüenza. Rodeada de su pequeña corte de capellán, secretario y tesorero, junto a una dama a su servicio, custodiada por dos caballeros castellanos y por el tío de la Padilla, el citado D. Juan de Henestrosa.

Cuando la guerra fratricida tomó mayor incremento, uno a uno, D. Pedro fue matando primero a la amante de su padre y luego a varios de sus hermanastros. Ante la cercanía a Sigüenza de D. Enrique de Trastámara y del rey de Aragón, el rey castellano tomó la decisión en 1359 de trasladar a Doña Blanca hasta la lejana Andalucía; primero a Jerez de la Frontera y finalmente a Medina Sidonia, donde murió en 1361 de forma misteriosa, supuestamente asaetada por un ballestero real.

Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo
Cronista Oficial de la Ciudad de Sigüenza.

(Texto revisado por la actual Cronista Oficial, Pilar Martínez Taboada).
Para saber algo más, consultar el libro del citado cronista: Doña Blanca de Borbón. La
prisionera del castillo de Sigüenza, Editorial Aache, Guadalajara, 1998.)